Una vez tuve una novia de esas que salían conmigo a tomar algo sin avergonzarse de mí. Sí, sí… ¡Existen! Pero entonces me puse fibra óptica, me compré World of Warcraft y, cuando me quise dar cuenta, había desaparecido. Ya nadie me llamaba en mitad de una “raid”, me miraba mal por hablar de “heals” y “bosses” y tampoco me echaba en cara mis 10 horas diarias de juego.
Así que me dejó un “semivacío existencial”, como cuando te mueres por beber una Coca-Cola helada con tu enorme bocata y, cuando ni llevas más de la mitad del pan; la lata está vacía… No es horrible, se sobrevive bien, ocurre a menudo… pero fastidia igualmente.
Al principio rellené mi hueco con más juegos online. Me dije: “Si se me olvidó que existía, entonces, supongo que ahora no habrá diferencia”; pero, en mi mente, todavía algo se quedaba cojo. Echaba cosas de menos, como reírnos de los grillados que van de noche con gafas de sol a las discotecas.
¿Qué hacer? Así empieza la historia de cómo conocí a vuestra madre empecé una nueva serie. Me enganché fácilmente y la olvidé por completo, de hecho, a veces me olvidaba hasta de comer. Un capítulo al día solucionaba mis problemas: era fácil vivir así. Uno para merendar y uno más antes de irme a la cama, como una nana en V.O.S.E. Pero, de pronto, todo cambió: mi corazón en un puño, mi ánimo por los suelos, las palomitas sin hacer y es que… Lo narrado a continuación, está basado en hechos reales, si son personas sensibles al dolor o a las comparaciones espontáneas les aconsejamos que no lo lean…
La serie acabó.
¿Sabéis esa sensación de odio cuando haces la compra y te llevas unos Donettes para ti (por capricho) y, luego, a la hora de la merienda, la misma persona que te dijo que no lo compraras es la que tira el envoltorio vacío? ¿conocéis ese momento de odio irrefrenable, pero pausado, y ese rencor absoluto, aunque temporal, pero muy muy profundo? Pues eso es, exactamente, lo que me ocurre cuando una buena serie acaba. Y, es que, admitámoslo: somos unos “hipócritas seriéfilos”.
¿Cuántas veces hemos hecho la broma de “me voy a morir, pero Naruto seguirá siendo adolescente”, “Los Simpson durarán más que Jordi Hurtado” o “para cuando One Piece acabe, mis bisnietos serán abogados“? Nuestro pan de cada día está ahí, incluyendo capítulos interminables y tediosos rellenos en una y otra serie de manera redundante, sin pausa y en un ciclo eterno… que no queremos que acabe.
El caso es que, en el fondo, como acabo de decir, no queremos que acaben. Nos gusta que las series no terminen, nos gusta realmente ver los mismos personajes con sus mismas bromas en distintas situaciones que acabarán casi siempre como empiezan. Nos hemos encariñado con ellos, como con esas camisetas viejas de la niñez que no queremos tirar aunque tengan tantos agujeros que parezca que han abierto un hormiguero por la mitad y tu camiseta fuera, aparentemente, el hogar mas idóneo de miles de diminutas de esas criaturas.
Queremos más y mejor, queremos un capítulo más al llegar a casa, queremos encontrar una temporada que no hayamos visto y esperamos sorprendernos con ella o, al menos, disfrutarla en la medida de lo posible. Somos el perro del hortelano: nos quejamos de lo pesados que son y que no tengan fin pero, al mismo tiempo, no queremos que nos quiten ese capítulo de más que podríamos ver. Aunque los chistes estén trillados y los personajes que tenían acné ahora les sobren canas… los queremos ahí, a nuestro lado, en nuestra televisión, como parte de nosotros.
Es posible que suene egoísta pero, en cierto modo, tenemos razón, son parte de nosotros, nos animaron en algún momento trágico de nuestra vida en el que no sabíamos bien qué hacer; llenaron ese vacío durante años y no queremos perder a ese amigo fiel que nos sacó una sonrisa cuando las cosas iban mal. El final es inevitable y, aunque nos disguste, tarde o temprano llega y, con él; este pequeño vacío curiosamente acabamos llenándolo, cómo no, con otra serie. El clavo que quita otro clavo, en el fondo somos un poco traidores: “me partió el alma que acabara ‘Friends’ pero salió ‘Cómo conocí a vuestra madre’ y ahora Chandler como que me suda los hue…”.
Somos afortunados: siempre habrá otra serie que no hayamos visto. Salen tantas y cancelan otras muchas que, al final, aún teniendo todo el tiempo libre del mundo; nunca tendremos lo suficiente para ver todos y cada uno de los capítulos de las series de este año (sin contar el anterior, el anterior del anterior y, así, sucesivamente).
Y esto es bueno porque, en realidad, dudo mucho que nadie deseara poder haberlo visto todo. ¿Os imagináis ¿de qué narices íbamos a pasarnos las mañanas, tardes y noches de nuestra vida? Os pongo en situación:
– Amigo A: Oye tío, viste el último de *introducir nombre de serie*…
– Amigo B: Sí, lo he visto todo ya.
– Amigo A: ¿Todo?
– Amigo B: Sí, todo.
– Amigo A: Ah… ¿Y qué tal con tu novia?
¿Veis? No quiero ni imaginarme un mundo tan horrible y cruel así que, si lo pensamos bien, mirémoslo de este modo:
En nuestro corazón sabemos que es cierto que algo se muere en el alma cuando una serie se va… (siempre y cuando no haya otra mejor empezando).
¡Un saludo!